Publicado
hace 9 años,
Periodista agredido. En el Perú profundo, donde la impunidad se disfraza de autoridad y las preguntas incómodas se castigan con puños, ser periodista es casi un acto de temeridad. Ayer, en el distrito de Pallasca, provincia del mismo nombre, Áncash, esa peligrosa ecuación se volvió a confirmar: el periodista Jacinto Rojas Rivera fue brutalmente agredido por tres sujetos, uno de ellos familiar del alcalde Nicolás Risco Orbegozo, mientras realizaba un reportaje sobre una cuestionada construcción que podría estar vinculada al burgomaestre.
Ocurrió a las 10:30 de la mañana de ayer. Rojas Rivera se encontraba a unos 70 metros de distancia de una edificación de tres pisos cuando encendió su cámara de video. No hubo advertencia ni diálogo: tres hombres —entre ellos, Aníbal José Robles Río, sobrino del alcalde— lo interceptaron, lo golpearon con violencia y le arrebataron el equipo. Aunque el periodista se identificó, la agresión continuó y vino acompañada de amenazas directas: “Deja de investigar a mi tío o te va a ir peor.”
Entre los testigos figuraban más familiares del alcalde, como Meylin Risco Pantoja y su madre, quienes no intervinieron. El periodista, luego del ataque, logró acudir a la Comisaría Rural de Pallasca para presentar la denuncia correspondiente. Para entonces, los agresores ya se habían dado a la fuga, aunque dejaron atrás algunas de sus herramientas y ropa de trabajo.
Horas más tarde, Robles Ríos se presentó en la comisaría, pero negó haber robado la cámara, limitándose a aceptar su presencia en el lugar. La investigación quedó en manos del S2 PNP Kilner Salar Rodríguez, quien ordenó una evaluación médico-legal al periodista para constatar las lesiones.
El incidente tomó un giro aún más llamativo cuando el alcalde Nicolás Risco apareció sorpresivamente mientras se tomaban declaraciones. Aseguró que la construcción filmada no era de su propiedad, sino una herencia familiar. Negó vínculos con el ataque, se comprometió a colaborar con la investigación y hasta ofreció ayudar a recuperar el equipo robado. Acto seguido, se retiró.
Para quienes siguen la trayectoria de Rojas Rivera, la escena no fue sorprendente. El periodista es conocido por sus reportajes de fiscalización y denuncias de presunta corrupción en la gestión del alcalde Nicolás Risco. Sus investigaciones han incomodado a más de una autoridad local y, según colegas, ha recibido amenazas en más de una ocasión.
Desde Chimbote, periodistas, medios regionales y organizaciones civiles expresaron su solidaridad con Jacinto Rojas y pidieron garantías para su seguridad. El incidente, más allá del ataque físico, es una advertencia de los peligros que enfrentan los periodistas que deciden fiscalizar al poder en zonas donde este no está acostumbrado a ser cuestionado.
En un país donde cada vez es más difícil investigar sin exponerse, golpear a un periodista es un intento de golpear la verdad. Y cuando el agresor está vinculado al poder político, la gravedad se multiplica.
La cámara de Jacinto Rojas puede haberse perdido por ahora, pero el lente con el que miramos este caso debe seguir enfocado. Porque callar a un periodista es el primer paso para silenciar una comunidad. Y si la justicia no actúa con firmeza, el mensaje será claro: en Pallasca, la verdad es peligrosa, y decirla, un delito que se paga con golpes.
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