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hace 5 días,
Áncash tiene un gobernador, pero no tiene gobierno. Koki Noriega ostenta el cargo desde enero de 2023, pero no lidera, no representa, no atiende. Usa la región como trampolín para su ego. Hoy preside la Asociación Nacional de Gobiernos Regionales (ANGR), convertida en su alfombra roja personal, desde donde promueve la reelección de gobernadores. ¿En serio? ¿Para qué? ¿Para repetir la inacción, institucionalizar el abandono y eternizar la mediocridad?
Noriega no es un actor político, es un personaje mediático. Cada coyuntura nacional se convierte en excusa para aparecer en cámaras limeñas. Mientras tanto, Áncash enfrenta emergencias, centros de salud sin médicos y escuelas que se caen a pedazos.
En lo que va del 2025, Noriega suma más de 70 días fuera del ámbito regional: 17 días en enero, 20 en febrero, 15 en marzo y 27 en abril. Estas ausencias incluyen viajes por todo el país y al extranjero. La prensa local ha documentado estas ausencias en informes como el publicado por Noticiero Libre. El dato es más que un calendario: es una sentencia sobre su estilo de gestión.
En Río Casca, los damnificados sobreviven gracias a la acción de alcaldes distritales y la solidaridad ciudadana, no a la intervención del gobierno regional.
¿Dónde estaba Noriega mientras la región se hundía bajo el lodo y la lluvia? En foros protocolares, en sets de televisión, en cafés donde el discurso importa más que la acción.
Noriega ha hecho de la ANGR un escenario. La usa para ganar exposición, no para coordinar soluciones. En entrevistas como esta en RPP y otras en Perú 21, lanza frases sobre gobernabilidad y democracia, pero evita responder por el abandono de su propia región. Pide reelección, pero no puede exhibir ni un proyecto emblemático, ni una política pública con impacto real.
Si su gestión ofreciera resultados, podríamos debatir su propuesta. Pero no hay nada que defender.
El portal de Consulta Amigable del MEF muestra niveles preocupantes de ejecución presupuestal en Áncash. Ni salud, ni educación, ni infraestructura alcanzan metas mínimas.
Gobernar no se resume en posar para fotos o declarar desde Lima. Se gobierna caminando las quebradas afectadas, escuchando a los docentes de colegios ruinosos, inspeccionando hospitales donde no hay ni paracetamol. Pero Noriega ha elegido otro camino: el de la popularidad construida a base de titulares vacíos y elogios pagados.
Su problema no es la ambición. Es la desconexión con la realidad.
Un gobernador que ignora a su pueblo no debería pedir reelección. Debería ofrecer disculpas. Pero Koki Noriega prefiere hablar de continuidad en el poder como si su gestión fuera un modelo digno de replicar.
Áncash no necesita un caudillo con delirios de grandeza. Necesita a alguien que escuche, que camine al lado de la gente, que entienda que el poder sirve para transformar, no para autopromocionarse. Noriega tuvo la oportunidad. Y la desperdició en selfies.
Que no se engañe: la ausencia no se reelige. Se recuerda. Y se sanciona.
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