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hace 2 semanas,
La literatura hispanoamericana perdió a uno de sus últimos gigantes. Mario Vargas Llosa, novelista, ensayista, dramaturgo y figura política controvertida, falleció hoy a los 88 años, dejando tras de sí una obra monumental y una vida marcada por la pasión, la polémica y la palabra escrita. Su muerte no solo cierra el capítulo de un autor imprescindible, sino que también invita a revisar un legado que trasciende fronteras, géneros y generaciones.
Desde que publicó La ciudad y los perros en 1963, Vargas Llosa irrumpió con fuerza en el panorama literario continental. Rompió esquemas, desafió las estructuras narrativas tradicionales y retrató con crudeza los mundos cerrados de la represión, la violencia y el poder. Su mirada crítica —a menudo implacable— sobre el Perú y América Latina incomodó tanto como fascinó.
Las páginas de Conversación en La Catedral, La casa verde, La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo no solo renovaron el lenguaje de la novela, también ofrecieron una radiografía política y moral de sociedades marcadas por el autoritarismo, la hipocresía y la desigualdad. Cada una de sus obras dialogó con la realidad sin concesiones, al tiempo que desplegaba una prosa rigurosa, rica y precisa.
Su literatura no conoció la neutralidad. Vargas Llosa eligió el riesgo creativo, apostó por el realismo feroz y abordó la historia con una mezcla única de erudición y vitalidad narrativa. Le interesaron los personajes fracturados, las utopías rotas, los dilemas del poder. Pocas plumas tejieron con tanto pulso las tensiones entre lo personal y lo político.
Mario Vargas Llosa no se limitó a la ficción. Intervino en el debate público con la misma intensidad que volcó en sus novelas. Desde joven se involucró en la política, primero desde una izquierda idealista que pronto abandonó con desencanto, y luego desde un liberalismo combativo que lo convirtió en una figura polémica.
Su candidatura presidencial en 1990, enfrentando al entonces desconocido Alberto Fujimori, marcó un hito. No ganó las elecciones, pero consolidó su figura como referente intelectual y político, más allá del ámbito literario. Su derrota electoral lo devolvió a la literatura con renovada energía, pero su voz nunca abandonó la arena pública.
Desde su columna dominical —leída en toda Iberoamérica— defendió con vehemencia la democracia liberal, la economía de mercado y la libertad individual, al tiempo que cuestionó los populismos, el autoritarismo y las ideologías colectivistas. No temió enfrentarse a gobiernos, presidentes ni intelectuales. Lo hizo con argumentos, estilo y una coherencia que muchos admiraron y otros tantos repudiaron.
Sus detractores lo acusaron de elitismo, de excesiva proximidad con ciertos sectores del poder económico y de haberse alejado de las luchas sociales. Sin embargo, ni la polémica ni la hostilidad lo detuvieron. Vargas Llosa asumió sus ideas con claridad, sin ambigüedades ni cálculos. Lo hizo incluso cuando sus posturas resultaron impopulares.
Durante décadas, la crítica internacional reconoció su genio narrativo. Obtuvo todos los grandes premios de las letras hispánicas: el Rómulo Gallegos, el Cervantes, el Príncipe de Asturias, entre muchos otros. En 2010, la Academia Sueca lo consagró con el Premio Nobel de Literatura, “por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”.
El Nobel llegó después de años de especulaciones y postergaciones, casi como una deuda pendiente, con uno de los pilares del llamado “Boom latinoamericano”. Su nombre había figurado cada año junto al de Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortázar, escritores con quienes compartió amistad, rivalidades y una intensa correspondencia de época.
Vargas Llosa aceptó el galardón con elegancia y lo dedicó, sin estridencias, a la literatura que había sido el sentido de su vida. Su discurso de aceptación —“Elogio de la lectura y la ficción”— aún resuena como uno de los más emotivos y lúcidos que se hayan pronunciado en Estocolmo. En él, agradeció al idioma español, a sus maestros, a su madre, a sus lectores. Y, sobre todo, reivindicó el poder de la imaginación como antídoto frente a la indiferencia.
Hasta sus últimos días, Vargas Llosa escribió, opinó y se mantuvo activo en el mundo editorial. Publicó novelas, ensayos, artículos y reediciones comentadas de sus libros más emblemáticos. También impulsó proyectos educativos, participó en foros internacionales y sostuvo un diálogo constante con las nuevas generaciones de escritores.
No envejeció en el silencio ni en la nostalgia. Su obra evolucionó, sus temas se ampliaron y su estilo mantuvo la agudeza. En sus últimas novelas —como Tiempos recios o Le dedico mi silencio— volvió sobre el Perú, sus demonios y su historia reciente, con la madurez de quien conoce sus contradicciones más profundas.
Tampoco abandonó su interés por el teatro, la crítica cultural ni los estudios literarios. Lejos de recluirse en el pedestal del Nobel, siguió participando del mundo con la energía de un joven intelectual. Esa vitalidad sorprendente fue, quizás, su rasgo más admirable.
Mario Vargas Llosa construyó una obra que interpela. Sus libros despiertan pasiones, suscitan debates, generan ecos. Su figura trasciende el molde del escritor tradicional y se inscribe en una tradición más amplia: la del intelectual comprometido, que asume responsabilidades más allá del papel.
Hoy, al partir, deja un vacío inmenso en la cultura hispanoamericana. Su legado no pertenece solo a Perú ni al mundo literario. Pertenece a quienes creen en la fuerza transformadora de las ideas, a quienes apuestan por la libertad como valor fundamental, y a quienes aún defienden la lectura como un acto de resistencia.
Frente a una época que tiende a la superficialidad, al ruido y al olvido, la vida y obra de Vargas Llosa nos recuerdan que la literatura importa. Que contar historias puede iluminar zonas oscuras de la realidad. Que el lenguaje —cuando se ejerce con pasión y rigor— se convierte en un instrumento de conciencia y memoria.
Vargas Llosa escribió una vez que “la literatura es fuego”. Hoy, su llama se apaga físicamente, pero su fuego sigue ardiendo en cada lector que se enfrenta a sus páginas, en cada joven que sueña con escribir, en cada ciudadano que no renuncia al pensamiento crítico.
Se va un escritor. Queda una voz. Y en el eco de sus palabras, el mundo se reconoce un poco más complejo, un poco más humano, y quizás también un poco más libre.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Miembro del Colegio de Periodistas de Lima (CPL). Cofundador del diario regional Bolognesi Noticias. Dirige el equipo digital de BGN Noticias y elabora artículos de temas sociales y medio ambiente. Desarrollador web y SEO.