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hace 4 semanas,
La Plaza de San Pedro volvió a vibrar con fuerza este domingo. Decenas de miles de fieles y líderes mundiales se reunieron bajo el cielo romano para presenciar la entronización del Papa León XIV, el nuevo Pontífice que asume el liderazgo espiritual de más de 1.300 millones de católicos en todo el mundo. En un momento cargado de símbolos, historia y expectativas, el sucesor de Pedro caminó hacia el altar mayor con un paso firme, consciente del peso que ahora recae sobre sus hombros.
El cardenal Robert Prevost, ahora León XIV, recibió el anillo del pescador y la mitra papal frente a una multitud emocionada. El nuevo Papa eligió un nombre que evoca una época de renovación doctrinal y apertura diplomática, como la que caracterizó al Papa León XIII en el siglo XIX. Con esta decisión, Bellini dejó claro desde el inicio su voluntad de diálogo, modernización y reforma dentro de la Iglesia.
Durante su homilía, el Pontífice abordó temas clave de su agenda. Condenó con firmeza las guerras que azotan varias regiones del planeta, instó a los gobiernos a proteger a los migrantes y reafirmó el compromiso de la Iglesia con la lucha contra los abusos y la pobreza. “No podemos proclamar el Evangelio desde templos cerrados. Debemos abrir las puertas, escuchar y actuar”, sentenció ante jefes de Estado, obispos y fieles de diversas culturas.
“Fui elegido sin ningún mérito y, con temor y temblor, vengo a ustedes como un hermano que desea hacerse siervo de la fe y de la alegría”. Lo afirmó León XIV en su homilía de la misa de inicio de su pontificado. El Santo Padre expresó su deseo de una Iglesia unida, que sea fermento para un mundo reconciliado
La ceremonia, transmitida en vivo a más de 180 países, mezcló la solemnidad del rito con gestos modernos. El Papa rompió el protocolo al acercarse a bendecir personalmente a un grupo de refugiados. Ese gesto, pequeño, pero poderoso, marcó el tono de su pontificado.
León XIV no solo se convirtió en el nuevo líder de la Iglesia. Inició un capítulo que podría redefinir su rumbo en el siglo XXI. En un mundo dividido, su mensaje unificador resonó más allá de los muros vaticanos. Y en ese eco, muchos creyentes y no creyentes encontraron una chispa de esperanza.
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