Publicado
hace 8 años,
“Ya ni un buen libro disfrutamos pues en la mesita de noche en lugar de una novela o libro de biografía tenemos la tablet lista para transportarnos al Facebook, donde todos suben fotos de momentos felices y nos entretenemos con la tiraera de dos o tres amargados”
El lunes pasado, conversaba con Otto Oppenheimer antes de la sección que semanalmente comparte en Noticentro al amanecer, sobre los avances tecnológicos y como estos en muchas ocasiones han incidido para complicarnos más la vida. Era un tema irónico, pues tenemos el concepto comercial de que gracias a la tecnología todo es más fácil.
Nada más lejos de la realidad. Tomemos por ejemplo, el celular. Ese instrumento que venteamos a los cuatro vientos que sin él no podemos funcionar. Es el aditamento que nos acerca a otros pues tenemos al toque de un botón el número de nuestros seres queridos.
¡Ajá! ¿Se ha puesto a analizar cuántos números de los grabados en su celular se sabe de memoria? De seguro no muchos. Es más, si se borran los nombres de sus contactos, difícilmente pueda lograr identificar correctamente seis o siete.
Antes eso no pasaba. La memoria era nuestra mejor herramienta y cuando alguien preguntaba el teléfono de mami o de abuela, lo decíamos sin titubear y de una manera más rápida que el desenfundar de una pistola en una película de vaqueros. Antes teníamos temas para conversar en los puntos de encuentro, en la sobremesa de algún restaurante o cafetería. Incluso, cuando se visitaba a los parientes.
Ahora, haga el ejercicio y podrá ver hasta cuatro personas sentadas en la misma mesa pegados al celular pendientes a las redes sociales. Cada cual encapsulado en su mundo.
Desde mi punto de vista, eso es más pérdida que ganancia. Nos distanciamos, no ejercitamos la memoria. Ya ni un buen libro disfrutamos pues en la mesita de noche en lugar de una novela o libro de biografía tenemos la tablet lista para transportarnos al Facebook, donde todos suben fotos de momentos felices y nos entretenemos con la tiraera de dos o tres amargados.
Sí, esa herramienta ha permitido dar con personas que en la otra vida, la de antes del boom tecnológico, le perdíamos el rastro a su paradero, pero si esto ha sido de beneficio, lo cierto es que también ha fomentado otras polémicas situaciones.
Ya la carta en el buzón no emociona. Atrás quedó la ansiedad de salir todos los días a verificar si el cartero traía noticias del que estaba lejos.
Ahora un email o un wasup nos da la cercanía, pero no el tuqui tuqui del corazón. Es la sensación que solo la sabe explicar el que vivió ese momento, del que coleccionaba las cartas para ser leídas y releídas.
Esa tecnología, la que hoy nos acompaña, fomenta el estrés. Estamos pendientes a cada vibrar del celular. A cada campanita que anuncia la entrada de un mensaje.
Estamos, mi querido amigo, esclavizados de manera amistosa. Somos más retraídos que antes.
El GPS es otro ejemplo. Antes teníamos que cultivar el olfato o la astucia de llegar a los lugares. Se desarrollaba el poder de la adivinación e interpretación del que decía “sí, lo que busca está derechito, derechito por esa curvita y después del palo de mangó, lo vas a ver”.
Ahora el GPS se entrelaza a distintas aplicaciones y con voz femenina llegas a cualquier lugar, aunque no siempre por la ruta más corta.
No todo en la vida es perfecto. Tiene sus ventajas y desventajas. No es que me esté poniendo viejo, aunque sí un poco nostálgico.
Lo escrito aquí es para que reflexione un poco y pondere si no hemos perdido más de lo que ganamos antes de saber mucho.
La próxima semana vuelvo a la realidad del momento. (Normando Valentín)
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