Publicado
hace 10 años,
Una manera fácil de abolir la esclavitud en el siglo diecinueve sin afectar el bolsillo de los esclavistas hubiera sido declarar que los esclavos ya no eran esclavos aunque siguieran trabajando sin recibir sueldo, pero que, eso sí, ya podían empezar a gozar de todos los beneficios laborales adicionales de un empleado común en aquellos años, es decir, ninguno. Ustedes dirán: eso no hubiera sido abolir la esclavitud, sino rebautizarla. Claro, pues.
Con ese ejemplo tonto en mente, consideren la situación de un joven trabajador informal al que su empleador le dice, flaco, desde mañana serás un empleado formal de esta empresa, solo que no te voy a dar seguro médico, no tendrás CTS, no tendrás gratificaciones y, aunque tu trabajo sea riesgoso, no te daré el seguro complementario que manda la ley, porque ahora la ley dice que solo estoy obligado a darles esas cosas a mis empleados si tienen más de veinticuatro años. Anda a celebrar. Cómprate algo con el dinero extra que empezarás a ganar desde mañana, o sea, nada.
¿Qué cosa ha cambiado para ese muchacho? Muy poco y probablemente nada y quizás lo que haya cambiado habrá cambiado para peor. Por otro lado, para el trabajador mayor de veinticuatro años al que despidan para reemplazarlo con un obrero o un empleado más barato, cambiarán muchas cosas: se convertirá en un desempleado. Pero para el empleador sí habrá beneficios: el Estado lo pondrá en un régimen especial de créditos tributarios.
Quienes propusieron y aprobaron la ley calculan que, gracias a ella, cuarenta mil jóvenes se incorporarán al mercado formal cada año. Esos jóvenes en verdad engrosarán una clase que ya existe: la de los trabajadores explotados con todas las de la ley. Ah, pero los empresarios peruanos habrán recibido un incentivo para su entusiasta creatividad, por supuesto. Si es que explotar jóvenes se puede considerar creativo. Supongo que sí lo es, en el país de la Marca Perú, donde la informalidad no se combate, sino que se calca y se imita desde el Estado.
(*) Nació en Lima y creció en La Punta. Escritor, periodista y crítico literario, es autor de la novela El anticuario (Lima: Peisa, 2011), traducida al inglés, turco, árabe, chino y japonés y reeditada próximamente en español por Candaya en Barcelona. Autor de numerosos libros como “Rebeldes” (2006), “Contra la alegoría” (2011), Toda la sangre: cuentos peruanos de la violencia política (2006), entre otros.
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