Opinión

Dime, de qué universidad eres…

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La universidad fue rediseñada desde la Reforma de Córdoba, permitiendo que los grupos sociales menos favorecidos tengan acceso a un circuito científico hasta esos momentos negado. Se estaba impedido de acceder a la universidad por razones raciales, de género, de idioma y de falta de recursos financieros.

Por ello, la reinvención moderna de la universidad y la apuesta por una institución igualitaria significaron un giro fundamental transformando radicalmente la formación de los jóvenes peruanos. La educación siempre es democratizadora. La universidad pública garantizaba una movilidad social de tal magnitud que muchas generaciones, hijos de obreros y campesinos, pudieron estudiar y, con ello, tener mayores herramientas para romper el círculo de pobreza. Para un país históricamente desigual, todavía la educación es una forma correcta de mejorar las posibilidades de una vida digna.

En los años 90 hubo una apertura a la inversión privada en educación, sin ningún tipo de condición ni garantía de calidad. La narrativa de un Estado monstruoso y que debía ser reducido al mínimo fue imponiéndose. Esto tuvo dos resultados: la pauperización del sistema educativo público y la proliferación indiscriminada de entidades privadas supuestamente educativas. Los más avezados de este último grupo hicieron de la anhelada necesidad de educación una fábrica de ilusiones para mercantilizar. Se supuso, erradamente, que la “mano invisible del mercado” se encargaría de eliminar a los menos aptos. Las universidades mediocres debían desaparecer en la pugna de oferta-demanda y su obvia precariedad. Pero eso nunca sucedió. Se tuvo que apelar a un órgano fiscalizador gubernamental para prescindir de los que no pasaban el filtro. Eso redujo rápidamente a los jugadores y la oferta existente se diluyó entre las de mayor solidez. Sin embargo, tampoco la nueva situación garantizaba la excelencia demandada. En las casi 100 universidades que quedan, hay una segmentación tal que los de los quintiles inferiores no debieron haber pasado jamás ninguna medición real de excelencia académica.

Pero los altos costos de las pensiones de las universidades mejor ubicadas, las pocas vacantes en las públicas, hacen que miles de jóvenes acudan a aquellas que puedan financiarlas, aunque estas no garanticen niveles de calidad. Estamos ante una paradoja que el propio modelo universitario actual ha creado. A la par de universidades que van mostrando esfuerzos serios de mejora, sobreviven legitimadas por el licenciamiento otras cuya reputación y resultados son dudosos. A muchos jóvenes con poco presupuesto no les queda otra que elegir de la medianía lo que el propio sistema ha validado. Injustamente son arrojados a las instituciones con más desventajas y que lamentablemente, ya en el ejercicio laboral, cargan con los estigmas y son juzgados por su procedencia universitaria.

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