La mejor respuesta a por qué no cae un gobierno corrupto, indefendible y confesamente incapaz ha quedado registrada en la estampa playera del congresista Guerra García: porque la desvergüenza del congreso lo sostiene de una baba. La del desparpajo y la conchudez.
Y esto es obviando el daño moral que le ha infringido a un sistema de trabajo que en manos honestas es altamente productivo, así como generador de felicidad: el trabajo remoto. Debe ser reivindicado como aquel que te permite hacer tus tareas laborales y volverle a ver la cara a tus hijos al mismo tiempo.
Trabajar desde la playa o donde sea es distinto a tener que estar pendiente de una cámara apagada para que no descubran el engaño: te importa un pepino la responsabilidad, estás tirado en la arena porque, lamentablemente, tenías que trabajar. En su próximo verano La Chira lo espera, señor congresista.
El cinismo playero de Guerra García comparte el mismo ADN que el ánimo copista y apañador de Acuña o erráticos coqueteos del almirante Montoya con el señor Castillo. Tiene la misma genética de los viajes al Taj Mahal para el selfie, la semana de representación en Cancún, o el servicio a destajo de Los Niños de Acción Popular. Por no mencionar a su correligionaria y presidenta del congreso, que ha desplegado un festival de histeria y desatino en su apetito por controlar un poder que da vergüenza antes que lustre. Todo esto ha sido UHU para el régimen Castillista.
Gracias a los anticuerpos que genera una representación congresal que se ha convertido en el peor espejo del país, un incompetente ha quedado inmunizado contra sí mismo. Por: Jaime Bedoya