Opinión

Voces del país profundo.

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Hoy es el Día de la Canción Criolla, lo cual aplaudo y celebro. Hace poco, el ministro de Cultura, Jorge Nieto, tuvo el acierto de invitar a medio centenar de compositores e intérpretes de la canción criolla. Estuvo lo mejor de la vidriera y todos dijeron, con palabras elocuentes, verdades de fondo.

Cuando me tocó intervenir dije dos cosas: que no hay que considerar a la canción criolla como una realidad separada del proceso cultural del Perú. Hay que defenderla en sus valores y belleza, en su esencia urbana y barrial; pero sin aislarla. Puse como ejemplo a los morenos hermanos Augusto y Elías Áscuez, que cantaban también huainos y yaravíes, y a Carlos Hayre, que ha dejado una herencia de partituras que Luis Justo Caballero edita heroicamente, y en las que investiga música costeña y andina, y Manuel Acosta Ojeda, quien compuso valses, polcas y marineras, pero asimismo huainos, yaravíes y mulizas.

No puedo omitir aquí el recuerdo de los inventores de la música popular de Lima, a principios del siglo XX: Manuel Almenerio, Braulio Sánchez Dávila, Nicanor Casas, del barrio de ébano del Rímac, y Guillermo y David Suárez, de los Barrios Altos, como Felipe Pinglo y Pablo Casas.

Evoco también a Lucha Reyes, muerta el 31 de octubre de 1973, Día de la Canción Criolla. Reproduzco párrafos de un texto mío publicado originalmente en Caretas el 8 de noviembre de 1973.

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“Lucha Reyes tenía 31 años de edad, 13 de artista profesional y tres de fama. Tuvo que estar, en 1970, a punto de morir para que algunos se dieran cuenta de que era una gran artista. Ha tenido que terminar de vivir para que todos sintamos su tamaño de leyenda popular, la dimensión de amor que había alcanzado en las capas más hondas del pueblo.

“Conocí a Lucha Reyes hace diez años, precisamente en ese rincón cálido de El Sentir de los Barrios en donde pidió ser velada. Lucha Reyes no era la morena de oro, entonces. Nada de oro. Era, si no me equivoco, una obrera de fábrica que cantaba por el endemoniado gusto de cantar ante amigos que la mimaban pero nada podían hacer por ayudarla. Apenas si comenzaba a ser una artista profesional. Ya no era más la negrita muerta de hambre que pedía limosna por las calles y soñaba con muñecas de todos los colores. Ya no esa vendedora de periódicos, a la que maltrataba el patrón cuando sobraban diarios. Ya no la hija de la tamalera que no puede saciar su hambre de pan y a veces pasa días sin comer, niña peruanísima.

“Su última canción la cantó el pueblo. Su entierro fue un río de voces y llanto de gentes humildes. Eran la misma sustancia de su voz y sus lágrimas. Eran ella misma llorando y cantando.” * (Texto: César Lévano)

*Edmundo Dante Lévano La Rosa, conocido como César Lévano (nacido en Lima 11 de diciembre de 1926), es un intelectual, periodista, escritor, profesor y poeta peruano, destacado por sus ensayos y artículos periodísticos sobre la realidad social y política del Perú. Actualmente, es catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).

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