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Siempre Vallejo

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Más de veinte expertos vallejianos llegaron a Trujillo para disertar sobre “Los heraldos negros”, poemario que en julio cumplió cien años de publicado. Aun contrarios en ideas, se unieron todos a comer en una misma mesa. ¿Es cierto que cada vez se estudia más a César Vallejo y se le entiende un poco menos?

Poeta esencial.

Vestido con un ancho sacón negro, el poeta Marco Martos se levantó de su silla para discutir las afirmaciones del ponente local Miguel Pachas, quien, en un auditorio lleno de universitarios, había alzado su dedo deicida contra lo dicho por la máxima autoridad de la Academia Peruana de la Lengua –que no importaban los motivos por los que el de Santiago de Chuco escribió su más famoso poema– durante la inauguración del Encuentro Internacional Espergesia 2019. Para Pachas, los días en la hacienda Roma, donde Vallejo trabajó y vio tratos injustos a los peones, convirtieron a ese joven interesado por las letras en un defensor de la clase proletaria.

Yo no sé.

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Lo habían anunciado las banderas del Perú, España, Estados Unidos, Francia e Inglaterra que se izaron por la mañana al son de trompetas y tarolas marciales en el campus de la Universidad César Vallejo de Trujillo: cada vallejista contribuiría al evangelio de César desde su lugar de enunciación. El centenario de «Los heraldos negros», aparecido en 1919, aunque con 1918 como fecha de publicación –culpa de Abraham Valdelomar–, los reunía para el deleite de la bohemia local (y el de los gustosos del toma y daca).

Al comenzar su intervención, el galo Alain Sicard –el siguiente en tomar la mesa– recordó las palabras del crítico nacional Ricardo Silva Santisteban –este dijo que solo rescataría ocho títulos de LHN–, y, mientras disertaba acerca de la “carencia” y el “no-ser”, el piurano Manuel Velázquez Rojas, autor de César Vallejo (1892-1918), inclinó su torso y entre el público cuchicheó: “¿Cómo no iba a haber carencia si era provinciano y profesor primario con un sueldo de m…?”.

En la rueda de preguntas y comentarios, ni las tiernas canas del francés contuvieron al profesor de la Universidad de Londres Stephen Hart de mostrarse en desacuerdo sobre la influencia modernista en el poema “Retablo” de LHN. Para el británico, en esa época su biografiado era un romántico. Tensión en el auditorio. “La gente no entiende, pero a mí la poesía me quita el sueño. He pasado madrugadas dándole vueltas a un solo verso”, dirá más tarde Alain Sicard, frente a una copa de vino tinto.

El descanso de rigor propició la camaradería entre los vallejistas: Martos y Pachas se apretaron las manos en una salita de recepción. De la crítica literaria se pasó a la gastronómica. En ella destacó el costarricense Alan Smith Soto, equilibrando su apreciación de un chupe de corvina con sus conocimientos sobre Mallarmé. Durante la sobremesa, licores incluidos, Martos preguntó blandiendo los dedos a qué se refería Vallejo con eso de “un aceite contra dos vinagres”, y como respuesta él mismo planteó la imagen de tres niños jugando a la soga: dos sosteniéndola y haciéndola girar, y el otro brincando. Ya en la camioneta con rumbo al hotel, Smith, catedrático de la Universidad de Boston, reflexionará en voz alta: “Creo que perdieron el equilibrio entre el dulce y el ácido en ese pisco sour. Me pongo crítico de restaurante… El poeta dice el mundo, el crítico lo comenta…”. “…Y el lector lo saborea”, añadirá la cereza el entrañable Santiago Aguilar Aguilar, octogenario poeta de Huamachuco, centro de Espergesia 2019.

DÍA 2 8:30 a. m. Una deshojada edición facsimilar de Los heraldos negros se movía entre tamalitos criollos, quesos de todos los colores, jugos de fruta y café (mucho café para no dormirse en las ponencias). En este día dos, Olga Saavedra Chávez, maestría de Artes en la Universidad de Colorado, docente de la Universidad de Lima, llamó la atención por su lectura femenina. Las caras de algunos parecían decir: ¡Caramba, nunca se me hubiera ocurrido! Es que hay un evidente predominio de testosterona en los estudios vallejianos, pero todo apunta a que muy pronto habrá paridad.

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“Sus poemas no solo muestran las diferencias de clases sociales, sino [también] la diferenciación entre hombre y mujer como injusticia social”, dijo la poeta y doctora española María Sainz, pelo corto y fucsia, interesada en estudiar a Vallejo desde su rama. “Él quiso ser médico”, acotó.

Al igual que ella, la joven estadounidense Laurie Lomask, de la Universidad de Yale, insistió en que es necesario aproximarse al Cholo desde enfoques originales: de género, medioambiente y cuerpo. Ella, por ejemplo, llegó a Trujillo para hablar de “la cuarta dimensión de la poesía”. ¿Qué significa eso? “La sensación física al recitar. Cuando leemos a Vallejo, él nos obliga a pronunciar ciertas palabras, nos está obligando a hacer algo así como un baile en la boca, nos está diciendo: ¡tu boca va a moverse así!”, explicó la presidenta del Congreso César Vallejo en Nueva York, 2020.

PROMESA

Por la tarde se repitió el banquete, esta vez con la presencia de César Acuña Peralta, fundador de la UCV. Después del brindis protocolar, alguien que saboreaba un notable cabrito deshuesado expresó su acuerdo con que dieran de comer a los vallejistas todo lo que Vallejo no comió. Camino al hotel, dos ponentes se preguntaron si Acuña cumpliría lo prometido en su discurso de apertura: conmemorar a su tocayo cada 365 días.

Yo no sé.

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La contienda literaria se reanudó a las 5:00 p. m. con Antonio Merino, “el tirador de los vallejistas”. Honrando su autodenominación, el escritor y ensayista de España trajo a colación una cita de Julio Ortega –“Cada vez se sabe menos de César Vallejo”– y aludió a Smith –quien rato antes comparó primeras versiones de poemas de LHN con su edición final– y a Sicard al sugerir que se daba excesiva importancia a un “punto y coma” y a aquello del “no-ser”, cuando urgía reivindicar la figura de Georgette.

“La inmensa mayoría de los críticos vallejianos estarán en contra mía, pero yo no me puedo aguantar, ya llevo cuarenta años en esto”, manifestó.

Obviamente, Sicard pidió el micrófono.

A continuación, Gladys Flores Heredia, presidenta del Instituto de Estudios Vallejianos, subió jadeante al escenario: acababa de conseguir la defensa de César Vallejo ante las acusaciones de homicidio frustrado, robo, incendio y otros delitos en las tiendas de comercio de la familia Santa María. En eso, un tipo de terno, que se presentó como Blasco Bazán Vera, se puso de pie y dijo desde la primera fila –y con la yugular enrojecida– que ese no era ningún descubrimiento: hace tiempo que él posee el expediente completo.

Ciertamente, varios tramos del encuentro fueron más bien un des-encuentro, pero uno valioso, alturado. Cada quien tiene a su Vallejo personal: para los fieles al Antiguo Perú, fue un indigenista; para los seguidores de la conquista, un nexo entre América y Europa; para los católicos, se encomendó a Dios poco antes de morir; para los marxistas, Poemas humanos es incomprensible sin conocer la teoría del materialismo; para las mujeres, un escritor contrario al orden patriarcal; para César Acuña, un triunfador, un conquistador del mundo; para los moralistas, inocente; para los Santa María, culpable. ¿Pero quién era César Vallejo para César Vallejo? Más pistas se hallan en sus crónicas, las cuales sirvieron al periodista y profesor de la Universidad de Lima Alonso Rabí en su exposición Asturias y Vallejo, dos cronistas desde Europa. Periodismo y vanguardia.

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Materia por explorar.

Lo que debemos aprender de este Espergesia 2019, además de que eventos así generan progreso intelectual y económico, es la capacidad de diálogo de los eruditos vallejianos, tanto locales como extranjeros, quienes –aun contrarios en ideas– se unieron todos a comer en una misma mesa. Pues, ya nos lo dijo Stephen Hart, biógrafo del santiagochuquino: César Vallejo también antepuso la vida al arte. Celebremos, entonces, como hermanos.

TEXTO: Luis F. Palomino V / Con información del Diario Oficial «El Peruano»

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