Cerro Wanda es considerado el guardián del pueblo.
Desde que abrimos los ojos al mundo en nuestro querido distrito de Bolognesi, en la provincia de Pallasca, Áncash, una de las primeras formas que más rápidamente aprendimos a reconocer fue la silueta del “Wanda”: enorme e imponente, era la primera en recibir por las mañanas los cálidos rayos solares y por las tarde cuando el sol se ponía, una hermosa luminosidad anaranjada le servía de fondo para contrastar con las sombras que empezaba a proyectar debido a la declinación del sol. También aprendimos que era “nuestro guardián”, en el que estaba pintado sabe Dios desde cuándo la imagen del “Taitito” a quien los viajeros que partían hacia la costa le pedían protección de todo peligro durante el viaje, y si por el contrario, el viaje era de retorno, solían agradecer el haber llegado con bien hasta este lugar, ¡porque era casi como estar en casa!
Crecimos recordando su cruz, que muchas veces parecía alcanzar al cielo y hasta donde solíamos llegar cada 1 de mayo a “esperar primavera”, acompañados a veces por el toro de trapo y hasta los cajeros, con las ollas llenas de tamales, mote u otras delicias pero sobre todo llenas de unión y confraternidad. Acudíamos llevando flores amarillas porque en mayo, para los andinos se inicia la primavera ya que los meses anteriores habían sido de lluvia y gran nubosidad.
Mirábamos desde este torreón natural a nuestro pueblo con sus anexos y caseríos: Chaupe, Cachubamba, Caynubamba, Sagasácape y Ferrer; y luego elevábamos la mirada hacia Huacaschuque, Shindol, Paccha, las punas de Huandoval y al otro extremo en forma casi diminuta, Tauca con sus casas que parecían estar una sobre la otra. Cabana quedaba oculta tras el Shambagol. Sin embargo, al girar sobre nuestros pies y a nuestra espalda, otro hermoso paisaje se dejaba ver: abajo una profunda quebrada formada por un río de aguas negras, el Chuquicara (cuero de chancho), cuyo trabajo por cientos de años había sido establecer una separación natural con una extensa meseta conformada por una mole de roca granítica en cuya cima y hasta hoy, se avizora una cadena de pueblos entre los que desfilaban Calipuy y mucho más al norte Santiago de Chuco y Angasmarca. ¡Qué maravilla contemplar en círculo tanta majestuosidad conquistada por nuestros ancestros!
Pero el Wanda fue más fraterno y solidario con los bolognesinos ya que en su interior guardaba arena, yeso, arcilla y hasta ciertos “tapados”, cuyas historias solían solazar nuestros días de infancia. Y allí no quedaban sus bondades, sobre él como un hermoso manto reverberaba una gran vegetación compuesta por cabracashas, pitajayas, mangaullos, cachamaras, chimbiles, achupallas, chutarpos, guanarpos, huevos de toro, y destacando por su tamaño, el maguey que luego era cortado para usar como maderamen en los techos de nuestras casas. Sí, estos potreros fueron y serán el piso ecológico del maguey que crece sin que lo siembren, por eso será que una hermosa canción dice “¡soy como la plantita de maguey, que no tiene padre ni madre; soy solito en este mundo, ay, adorada mujer ancashina!”. Y en medio de todo este vergel, los venados ágiles, hermosos pero frágiles por la caza de aquellos que rifle en mano y amparados por las sombras o algunas malas autoridades casi los han exterminado.
Acompañando esta fauna también se sabía, habitaban diversas especies de ofidios como la abuballa, tarántulas y maylungos. Y por las noches brillando como solo ellas saben hacerlo, las luciérnagas acompañaban al viajero que a caballo y por el camino de herradura, bajaba presto hacia ElCholoque para luego tomar la góndola y alcanzar al tren que se anunciaba a pitazos al medio día llegando a la Galgada. Pero para hacer completa la obra de la naturaleza no podían faltar los chiwishos, guanchacos, tórtolas y tantas otras aves que nos deleitaban con sus trinos. ¿Vale entonces la pena, arriesgar este hermoso mirador y las joyas naturales que guarda?
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Ahora, cuando vamos al Choloque vemos a través del corte que se ha hecho para trazar la carretera cómo es de frágil que este hermoso ecosistema: la vegetación teje sus raíces por debajo de una delgada capa de suelo y con ello ayuda a sostener esta alfombra verde para que sobre ella cohabiten plantas y animales de las más diversas especies, sin que nadie los cuide, pero sin que nadie atente contra este regalo que nos ha sido dado. Probablemente muchos dirán “pero el potrero siempre ha estado ahí y nada ha pasado”. Razón no les falta, el potrero ha estado ahí desde hace miles de años, desde mucho antes que ningún ser humano apareciera sobre el planeta; pero no siempre seguirá ahí. No, si no lo cuidamos, si rompemos la cadena de su frágil ecosistema, si cazamos sus venados, si arrojamos basura y para deshacernos de ella la quemamos (y con ello contaminamos el suelo y el aire); si convertimos sus laderas en chacras para cultivo, porque hay que recordar algo elemental: el cultivo extrae los nutrientes del suelo y el agua lo erosiona, pero donde el suelo es voluminoso este desgaste natural demora muchísimo más tiempo en aparecer, no donde el suelo es sumamente delgado como lo es en estos potreros.
Si rompemos este maravilloso equilibrio lo único que lograremos será provocar desprendimientos de grandes paquetes aluviales o “huaycos” y más rápido de lo que imaginamos este ecosistema desaparecerá y con él la carretera, esa carretera que se trabajó con el sudor de tantísima gente que ya no nos acompaña, pero su obra queda. Carretera que hace mucho tiempo debería estar por lo menos asentada, ya que nos ahorra más de tres horas de viaje respecto a la ruta de Tauca.
Pero, demos una mirada mental a nuestro distrito y veamos cómo es que en menos de treinta años la laguna de Verdolaga casi ha desaparecido ante nuestros ojos y el área que la circunda crece como una salitrera. Esto podría significar que dentro de algunos años –ojalá y fueran muchísimos- Bolognesi se hunda en su propio suelo. Por tanto, urge hacer un estudio de suelos en este sector pidiendo para ello la competencia del Colegio de Ingenieros del Perú y en particular de geólogos que son los especialistas en este campo. Aprendamos la cultura de la prevención y no esperemos a estar inmersos en el problema para preguntarnos por qué ocurren las cosas o para consolarnos diciendo hubiéramos hecho esto o aquello.
Los bolognesinos como muchos peruanos que hemos sido movilizados por la ola migratoria de los 60´ hacia la costa y la del los 90´ hacia el extranjero, solo nos acordamos del pueblo en los días de fiesta y qué hacemos: vamos al pueblo, bailamos y nos bañamos con cerveza y otros, solo llegan a embriagarse. Terminada la fiesta y mejor si es antes de la misa y la procesión retornamos hacia donde nos ganamos la vida y a esperar al año siguiente. Preguntémonos entonces, ¿qué hemos hecho por Bolognesi? ¡Nada! o mejor sí, le hemos dejado basura para seguir contaminando el potrero, hemos ido movilizados solo por el afán de divertirnos. Así qué fácil es llamarse bolognesino o bolognesina. Si queremos en verdad a nuestro pueblo hagamos algo más grande por él. Si no podemos retornar a vivir allá porque aquí está nuestro trabajo, cambiemos nuestra dirección y acudamos a sufragar y elegir a nuestras autoridades, y elijamos bien, al mejor vecino, no al mejor títere de intereses subrepticios y mezquinos. Porque de esta indiferencia se nutren los que so pretexto de algún cargo solo velan por su propio bienestar o de los que los eligieron o se prestan al encubrimiento, la componenda y el arreglo.
No olvidemos lo que nos enseñó el poeta César Vallejo cuando desde Europa añoraba su patria diciendo “Sierra de mi Perú, Perú del mundo y Perú al pie del orbe, ¡Yo me adhiero!” Porque “…Hay hermanos, muchísimo que hacer”. (Textos: Olinda Reyes)