Opinión

Los grandes problemas nacionales no entran a la escuela

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Foto: El Comercio

Las reacciones a mis posteos muestran una clara preferencia de quienes los leen por columnas de opinión personal sobre la realidad educativa y por publicaciones de terceros especialmente sobre educación, crianza, y psicología infantil y adolescente. Sin embargo, insistiré en publicar cotidianamente otras columnas sobre temas de ciencia, tecnología, innovación, geopolítica, empleo,  amenazas a la convivencia democrática y derechos humanos en cualquier lugar del planeta.

Esto, porque creo que nuestros niños y adolescentes, especialmente si van a instituciones educativas, tienen que saber en qué mundo viven y cómo se perfila el futuro en el que vivirán, estudiarán, trabajarán, harán sus redes y conformarán su vida familiar. Todo eso supone comprensiones multidisciplinarias a las que no se llega con el dominio de una disciplina o especialización.

¿A qué disciplina por sí sola le corresponde la inseguridad ciudadana, la corrupción, la contaminación ambiental, la pobreza, la desatención a los vulnerables, la pandemia, la mediocridad política, la falta de visión de país, las colas en los servicios públicos, el caos del transporte, la informalidad, el deterioro de la salud mental, el estado disfuncional, la falta autoridad, la justicia arbitraria, y el desacato ciudadano a las recomendaciones oficiales?

La pregunta que me guía es, cuánto de todo eso entra a la escuela o inclusive a la universidad. Por lo que se ve y se siente, casi nada.

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LOS GRANDES PROBLEMAS NACIONALES NO ENTRAN A LA ESCUELA Y luego, cuando estalla una pandemia u ocurre una convulsión política por actitudes gubernamentales torpes o insensatas y a continuación se producen resultados electorales inesperados o no deseados, buena parte de la población se sorprende, como si esto fuera producto de la magia, y no de factores y circunstancias que están a la vista pero no son abordadas. Y no es casualidad que lo mismo ocurre en toda América Latina que ahora está en llamas cuyas sociedades (y educación) parecen estar diseñadas por el mismo confeccionista.

La educación relevante, significativa, pertinente, es la única opción para que los niños y adolescentes desarrollen una consciencia democrática, planetaria, medioambiental, colaborativa, que aspire al bien común a partir del pensamiento libre, autónomo y creativo de la población.

Si los estudiantes no saben en qué mundo viven y probablemente vivirán ni se involucran en ellos desde la infancia ¿de qué les sirve todo lo que estudian en el colegio o en la universidad?

Esa aspiración es la que guía mis columnas con aportes diversificados, pero que tienen un fin común: lograr que padres y maestros procuren la mejor educación para sus hijos y alumnos.

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