Entre pobreza y fe, se celebran las fiestas patronales de Pallasca.
En Pallasca, Áncash, cuando suenan las bandas y la pólvora rasga el cielo, la tierra parece olvidar —aunque sea por unos días— el barro de las trochas intransitables, la sed de agua potable y la oscuridad de las noches sin luz. Las fiestas patronales de Pallasca estallan con fuerza, como un acto de fe en medio de la carencia, como una promesa de que la tradición puede más que el abandono.
Un pueblo que resiste con alegría
Cada año, desde junio, los once distritos de la provincia de Pallasca se transforman. Comunidades enteras, muchas de ellas golpeadas por la pobreza extrema, se movilizan para rendir homenaje a sus santos patrones. Lo hacen con devoción y alegría, organizando procesiones, misas, danzas, comidas típicas y el infaltable corte de leña, un rito que simboliza el inicio de la festividad. Es un tiempo de reunión, de identidad compartida, de reafirmación cultural.
Pallasca celebra mientras aún duelen las heridas del último huaico. Las lluvias torrenciales y deslizamientos han dejado intransitables muchas de sus vías distritales. La población se quejó durante semanas por el abandono estatal. Pero apenas comienzan las festividades, el tono cambia: la queja cede ante la fiesta, el reclamo se apacigua con la banda de músicos.
Tradicional corte de leña.
Un telón de fondo lleno de carencias
Detrás de la algarabía, sin embargo, la realidad es dura. Pallasca sufre de una alarmante precariedad en servicios básicos: hay pueblos sin agua potable ni sistema de desagüe, zonas sin electricidad, caseríos donde el internet es una promesa lejana y donde el agua que se consume está contaminada. Las oportunidades laborales son escasas, especialmente en las zonas ribereñas del Marañón, el cinturón de pobreza que atraviesa la provincia.
La paradoja es evidente: mientras el Estado brilla por su ausencia en los aspectos más fundamentales, la comunidad invierte —con recursos propios— en mantener vivas sus tradiciones. No hay presupuesto para obras públicas, pero sí para las bandas, los fuegos artificiales y las festividades que reúnen a todos, incluso a los migrantes que vuelven a sus pueblos solo para estas fechas.
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Tradición como resistencia
Estas fiestas no son solo celebraciones religiosas. Son, ante todo, un grito de identidad. En Pallasca, los rituales —muchos de ellos herencia del sincretismo entre las creencias indígenas y el catolicismo— son una forma de decir: “Aquí seguimos”. Son el hilo invisible que conecta a los abuelos con los nietos, a los que se fueron, con los que se quedaron, a la tierra con el cielo. Es una herencia cultural que se transmite de generación en generación y que resiste, incluso cuando todo lo demás parece desmoronarse.
La organización de estas fiestas implica meses de preparación: mayordomos que asumen el costo de las actividades, jóvenes que ensayan danzas, mujeres que cocinan para cientos. En ese esfuerzo colectivo se manifiesta la cohesión social que aún sostiene a estas comunidades. Las fiestas funcionan, además, como una válvula de escape emocional frente a la rutina de la pobreza.
Las fiestas patronales de Pallasca: Una oportunidad para el desarrollo ignorada
Más allá del fervor local, las fiestas patronales de Pallasca podrían convertirse en un motor de desarrollo. Con una adecuada promoción, infraestructura básica y apoyo institucional, estas celebraciones podrían atraer turismo vivencial, dinamizar las economías locales y posicionar a la provincia como un destino cultural. Pero esa oportunidad sigue siendo desaprovechada. La ausencia de políticas públicas enfocadas en el desarrollo rural y turístico, sumada al abandono estructural, hace que todo el peso de la celebración recaiga sobre hombros comunitarios.
Fe, orgullo y olvido
Las fiestas patronales en Pallasca son una muestra conmovedora de resiliencia. En medio de carencias graves, las comunidades apuestan por la alegría, la fe y el reencuentro. Pero también son una radiografía del olvido: muestran cuánto puede hacer un pueblo con su propio esfuerzo, pero también cuánto deja de hacer un Estado que debería garantizar derechos fundamentales.
Pallasca no solo celebra por costumbre, sino por necesidad. Porque en la música y en los rezos encuentra consuelo, y en la tradición, una esperanza que la infraestructura pública aún no le da. Mientras el polvo de los caminos intransitables siga cubriendo los rostros de sus pobladores, las fiestas seguirán siendo un acto de resistencia cultural y espiritual.
El reto es claro: que el país recuerde a Pallasca no solo cuando baila, sino también cuando clama. Porque un pueblo que sabe celebrar con tanta pasión, merece mucho más que la indiferencia. Merece justicia, inversión y futuro